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A un lector apacible e ingenuo hombre de bien en el Perú

Me dijo: Perra, ladra. Y ladré.

Había una vez un poeta, un ingenuo hombre de bien, con el que tuve un hijo y me convenció de irme a vivir con él a su casita del horror.

Su casa estaba llena de peluches viejos, ropa de segunda que, según él, vendía, pero ¡oh casualidad! nunca trabajaba, y polvo, mucho polvo que me producía alergia. Ese buen hombre me obligó a tener una relación abierta no negociable (quería jugar a Jean Paul y Simone, era un intelectual de aquellos). Ese lector apacible me aconsejaba buscar un trabajo que me pagara bien, porque con un hijo no podía estar pensando en hacer algo que me gustara (por ejemplo, comprar libros e ir a talleres de poesía), mientras él podía salir a beber y escribir como Sartre (solo que sin el nivel de JP). Eso me producía cierta Náusea.

Yo estaba en negación, porque él era encantador y estaba… enamorada: me lo dijo mi madre la primera vez que me pegó: yo estaba embarazada y pateó a nuestra hija. Ese tesoro llegó borracho y orinó en nuestro dormitorio, y yo: que no, que lo amo. Lo dijo el fiscal y yo: es que tiene problemas con el alcohol, quiere ser el Buko (Bukowski, porque a Dylan Thomas no llegaba, menos a Lowry). Me lo dijo el psicólogo de víctimas y testigos, me lo decía la señora que ayudaba en casa y yo: que no, que es un encanto de hombre, aunque con su pequeño infierno para alimentar sus historias lo suficiente (y para ser honesta solo le conozco un cuento bueno).

Estudió literatura francesa en NY. Cuando lo conocí tenía un futuro brillante, pasamos la noche hablando de Duras. Yo lo destruí, cierto, soy la mujer que lo engañó por un miserable plato de lentejas y lo castró con infinitos gestos de ternura y gemidos falsos en la cama. El buen hombre tenía amigos que me invitaban a salir aún sabiendo que era su novia. Había uno en particular, que me doblaba la edad, se mandó dos veces. Lo choteé, pero insistía con que “admiraba la belleza femenina”, luego subía el tono y salía con eso de que “yo sé que tú también quieres, pilla”. Lo nombraré el señor R. En su vida cotidiana era un hombre pulcro, casado, bien vestido, con ideas progresistas, hasta que un día me largó: “tonta, escasa de cerebro”, solo porque no consiguió que vaya a un hotel con él y “se la chupara”, así me dijo. Hasta ahora me da risa solo recordarlo.

Luego apareció otro, el joven X, al que ayudé con un panfleto poético, se lo diseñé, un día nos dimos un beso, tanto se insinuaba, después me quiso hacer una escenita en plena avenida Tacna. Como lo cuadré, murmuró algo entre molesto y desengañado: “parece que estás con la regla”.

¿Y el poeta? Ah, ese seguía estirando los pies en casa, agotado de cuidar dos horas a la semana a su hijo y sin levantar sus calzoncillos percudidos, solo pensando en cómo su arte llegaría a la posteridad, en todas las chicas que conquistaría y en el pueblo (sí, a veces pensaba en el pueblo; otras, en lo bueno que era tomarse un vino y comer quesos con la burguesía). Así es, como decía Sylvia, “toda mujer ama a un fascista”.

Ah, y para todos los que me dicen que por qué lo dejé si es tan chévere, tan buen padre, tan buena onda el poeta, el escritor, el líder… un día llegó a casa y me dijo: “perra, ladra” y me levanté: papi, ya se abolió la esclavitud, mi trabajo no tiene que mantener tu bohemia de escritor maldito y loco. Papi, el campo intelectual no es tu propiedad privada -tampoco yo- haz tu trabajo y no me jodas. No es el lugar de tus conquistas, ni de tus arrechuras, menos la solución a tus problemas sexuales o de dinero. Soy fuerte, soy ambiciosa y sé exactamente lo que quiero. Si eso me convierte en una “perra”, está bien.

Ahora me debe 2900 soles, unos cuantos golpes y una urticaria.

Lector apacible y bucólico, sobrio e ingenuo hombre de bien, alma singular que sufres y vas buscando tu paraíso, leéme para aprender a amarme si no ¡te maldigo!

COMANDO PLATH (Levántate y ladra, 1)
En la comarca de Lima, 29 de setiembre de 2017
(Gracias por las palabras a M. E Cornejo, Baudelaire, Plath y Madonna; y por la imagen a Daniela Rico)
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El Comando Plath surge del hartazgo. Hartazgo de ser estereotipadas, hartazgo de ser invisibilizadas, violentadas y ridiculizadas. El Comando Plath somos un grupo de mujeres escritoras, artistas e intelectuales. El Comando Plath somos todxs.

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