
El deseo de pulsar la transparencia: un homenaje a Rossella Di Paolo
El texto que compartimos a continuación fue leído durante el homenaje que recibió Rossella Di Paolo en el Primer Encuentro de Escritoras Peruanas el pasado 30 de marzo de 2019.
Por July Solís
Rossella Di Paolo tiene cinco libros en su haber a lo largo de 34 años, sin prisa, ni ansiedad por publicar o sumar una línea más a su biografía. Para ella, el maquillaje del marketing en la poesía no existe, por eso sus libros se presentan ante los lectores con el rostro limpio, sin extensas semblanzas ni elogios de plástico en la contratapa, que quieran hablar por sus poemas. Solo el nombre y el título del libro bastan, no se necesita más, como señala en su poema “Contracara”:
No escribí nada detrás de las galeras, nada detrás de los cuadros
ni ficha personal ni premios florales
tan hermosos y convenientes
como coronas de muertos
ni foto en pose de sorpresa.
Rossella no es una poeta de poses, de fotos que se suben a Facebook. Sin celular, sin redes sociales, ella prefiere mirar a través de la pantalla de sus ojos y buscar el fulgor de la poesía en la vida, como indica su poema “La noche oscura”:
sin otra luz que mi rabia por vivir
y escribir lo que viviera
y esas clases que dictar ajustándome a la lengua
lo que en el corazón ardía.
Esa necesidad de mirar y enseñar lo que en el corazón ardía, hizo que Rossella durante varios años se dedique a la docencia. Maestra de muchas generaciones, ha impartido clases de lenguaje, literatura y poesía. De hecho, fue así como yo la conocí, en un taller de escritura, donde nos hacía leer haikus para explicarnos que la poesía es un lenguaje concentrado, sencillo, pero profundo, como muy bien ejemplifica un pequeño poema de su primer libro “Prueba de galera”:
Pájaro: deseo de pulsar la transparencia.
Leíamos poetas peruanos y extranjeros de escrituras diversas, porque si algo le molesta a Rossella es esta suerte de enjaulamientos temáticos en los que a veces los críticos organizan (o encierran) la literatura. También nos enseñaba a matar a los horrorosos gerundios y afinar el ojo para barrer las pelusas verbales que ensuciaban nuestros poemas. Cuando alguien le presentaba algún escrito descalabrado, con mucho cariño y sinceridad ella nos guiaba. Pero cuando alguien traía un poema pretencioso o artificial, recuerdo como se le chispaban los ojos y con firmeza decía que ese no era el camino, que la poesía no se trataba de oscurecer el lenguaje o “hablar en difícil” sin ningún sentido.
En resumen, Rossella nos enseñó que entrar a la casa de la poesía no es fácil, intentar cocinarla manteniendo la frescura de sus hojas verdes o sus versos, no siempre es un ejercicio satisfactorio: un adjetivo mal colocado, una imagen mal construida, puede incendiar la cena poética y empezar a cocinar todo de nuevo, o cansada y hambrienta comer esa cena ardida, como indica su poema “Ama de casa”:
echar letras, hacerlas girar, probarlas en voz alta
hasta que me ahoguen las voces, sus humos
sus quites de presa en la espesura
me harto de esta cena ardida
mi casa hollinada pies arriba
y yo tan poca cosa tan boca abajo
vomitando
esta sílaba más
que sabré lamer, oh sí
sin penas ni ascos.
Ambientes como la casa o la cocina son metáforas del ejercicio de la escritura. Y si Rossella se cansa del escritorio y del plato de letras ardido, sube a su bicicleta y sale a mirar el mar, que es otra presencia poderosa en su poética. Esa sensación de libertad, la bravura de las olas inquietas; mar insondable que se une al horizonte con el cielo, como si mar y cielo fuesen el reflejo de uno solo, y los pájaros se confundieran con las olas:
El aire
lleva sus pájaros
como olas lentas
hacia la rama
(rama de arena sostiene el mar que canta).
Una vez reanimada por el paisaje del mar, vuelve a casa, al escritorio y también al abrigo del amor. Esa otra fuerza inquieta, como las olas, es el vaivén oscilante del sentimiento amoroso que habita en su escritura. Los cuerpos aparecen como arquitecturas orgánicas que se mezclan con paisajes de la naturaleza y de la casa, para crear un delicado erotismo, como en el poema “Amor de verdura II”:
Y me hundo en tu barba verde
en tu gran cuerpo de hierba
en el rumor de tus aguas anegándome
descuajándome las piedras hasta hacer de mí
un estruendoso país de vegetales.
O este otro poema de amor tierno titulado “Limbo”:
Un día puse una piedra encima de tu nombre
y me dije: iré cantando hasta mi casa.
Y canté
como una loca sobre sus piernas fuertes
como río loco canté.
Hasta que el canto empezó a hacerse agüita rala
(ni para regar guisantes)
y entre paso y paso
se me fue perdiendo un pie.
No acierto a ver el tejado de mi casa ni el árbol
más alto
¿Será que dejé el corazón bajo la piedra?
¿mi tonto corazón junto a tu nombre?
La poesía de Rossella es tan delicada, tan sutil; no se desborda, no se desparrama verbalmente. Apela a la sencillez, a la claridad, al lenguaje diáfano. No busca oscurecerla con ostentaciones lingüísticas, no la disfraza con un ropaje retórico. No apabulla a sus lectores con poemas encriptados. Su poesía consiste, más bien, en desnudar el lenguaje, ponerlo descalzo y con una serenidad digna hacerla hablar lo preciso.
Si algo nos ha enseñado Rossella, es que la Poesía está alejada de esta vida virtual en la que nos hemos sumergido: facebook, likes, celulares, plataformas tecnológicas, que nos ‘conectan con el mundo’. Y que para hacer Poesía, todo lo contrario, hay que volver a los tiempos primigenios. Como los humanos cavernarios que agarraban una piedra con otra, los poetas debemos coger las palabras, frotarlas una con otra y persistir/ persistir/ persistir hasta que por fin brote esa chispa: el fuego de la poesía.
July Solís (Lima, 1988) Egresada de la escuela de Literatura por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. En 2015 publicó Leche derramada, su primer poemario. En 2018 publicó Balbuceos de un pequeño dios. En la actualidad, trabaja en un libro con base testimonial y matices poéticos sobre la vida de un migrante andino.