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Lima, 1947

Carmen Ollé

Desde los jardines de la U imaginaba París como un barrio

cálido donde alcanzar el espíritu de los impresionistas

hoy pasé en París en un invierno escarchado una Navidad

que podría haber sido de postal si no fuera porque estas

celebraciones pierden todo sentido lejos del clima

familiar y las postales no se pueden vivir (su naturaleza

es retiniana).

P es una ciudad en la que pasé al azar una fiesta finita

en los límites de una soledad llamada cortesía,

en el bulevar Saint Mitchel tomé un capuchino en perfecta

nostalgia de mi ambiente esforzándome por encontrar La

Colmena noctámbula

Notre Dame fue vista mientras bebía un coñac tibio

en la noche cené puerco dulce en restaurantes vietnamitas

y era como volver a la calle Capón en Lima, la necesidad

absurda de reencontrarnos siempre a millas de distancia

con una vaga identidad.

¿Les Champs Élysées mon amie?

Mi mirada de turista no puede devolverte tu ciudad

fantasma

la experiencia se da hoy en el abrazo con una criatura

en cualquier rincón del mundo y en el sucio y pobre

hotel Astur yo experimenté el tan ansiado orgasmo

simultáneo

no dejé de ser virgen entre aires bucólicos o bosquecillos

de pinos

dejé de tener himen como de tener amígdalas en una operación

de dos horas

me afeité las axilas los vellos de las piernas aunque

las sajonas suelen conservarlos largos y rubios entre

sus brazos

 

¿Nuestras partes se cercenan por falta de belleza

o de carácter?

Una pintora holandesa consideraba que no había muerto

dios sino el arte

mientras bebíamos cuestionábamos el poder en el lecho:

mi papel en el curso del abrazo entre los pezones

erguidos la erección del falo y las nalgas dispuestas

a ser acariciadas

¿Cómo hay que disimular una cicatriz de cesárea?
O la herida de una ecuación de belleza.
¿Dónde radica la belleza en la consumación de unos frescos

senos o en la felación?

Disponerse en el viaje a ser asaeteada por el viento

como por la pasión,

todo el que goza es verdadero y sus consecuentes

silogismos.

 

Como el viajero retorno siempre a las primeras imágenes.

En ellas estoy yo sonriendo en una escalera de Huampaní

con dos amigas de mi padre peinada con cola de caballo

y llevando mocasines apaches

nada me enternece más que esa sonrisa desolada de ser

tenida en brazos por dos extrañas

íbamos a convalecer de los bronquios

el cloro de la piscina y la sonrisa de mi padre

mi cama contigua a la suya el pasillo enladrillado por

donde furtivamente se marchaba al casino creyéndome

dormida

los sueños que entonces abrigué son el pasado que ahora

yace junto con los restos de mi padre

un ciclo de niña el secreto de los años cuya distancia

permite que sea dulcificado.

 

Como antes aún sigo en estado de alerta ante cualquier

extraño ante cualquier contacto presintiendo que debo

relucir o impresionar con mis lecciones de piano como

ahora con mis partes.

Es un fracaso esta necesidad de estar alerta y de recibir

al visitante con la misma impericia de niña mostrándole

todo lo que creemos ser como si no bastara ya ser.

De mis contemporáneas me alejan las dificultades de no ser

trivial. 

En la Gare du Nord cerré los ojos muy fuerte. 

Vi París después de un viaje largamente sentada 

en la butaca del ferrocarril con la pequeña en brazos

y la torre Eiffel partida por la niebla. 

¿Qué son los Campos Elíseos o la Gioconda sino el ménage

delegado a las jóvenes muchachas del Tercer Mundo? 

Lavar pisos

refregar las estrellas. 

 

En un café del metro Odeón: una amante de Neruda

se divorcia y va en busca de una vida auténtica. 

Su ex marido un solvente ingeniero la manda a paseo

y el pintor vagabundo y la dama burguesa nos filman

unos instantes de llanto y risa que encuadran

matemáticamente con el capuchino y el croissant al paso.

Evelyne era más suave

en su taller la madura holandesa nos mostró sus cueros

mi compañero dijo: – el grado cero de la pintura-

                                figuras de piel oscura

                                 tonalidades de gris

                                 y naranja

                                formas de vientre

                                de arco iris

                                África en pleno

                                Picasso decadentoso

                                o más tocable

                                claroscuro sobre

                                materia – materia

Venus estreñida arte analítico ubicar la vagina

y proyectarse en la página o en el pellejo del burro

lanzar dados

abrir el esfínter de la Venus.

 

Evelyne no trabaja la materia-alusión

Evelyne: – el arte es mi droga –

el “para sí” es obsceno.

 

¿Escribir es una veleidad que dice o disiente

para una mujer casada? 

¿Silvia Plath y su Hollywood sin ventanas

o las cartas revolucionarias de Diane di Prima?

 

                                    La tierra pide ayuda, nuestros hermanos/

                                    y hermanas arrinconan su infancia, se pre-

                                    paran /

                                    a la lucha, qué opción tenemos si

                                    no la de unirnos a ellos, en sus manos /

                                    está la supervivencia del mismo planeta

                                    la salvación / del sistema solar

 

¿La liberación del planeta parte de mi liberación 

y esta necesidad es elitista? 

un cuerpo que sufre insoportablemente exige

al margen del sistema solar y las estrellas

su liberación inmediata. 

Poema parisino

 

Era el número trece en mi habitación de rue La Pompe, a dos estaciones de George Mandel, en el elegante distrito XVI, donde los bohemios, los negros, los sin tierra habitan los techos de París.

     Aún veo ondear mi toalla taurina en el balcón del séptimo piso y al policía francés que hacía de portero inclinarse sobre la estufa prestada –solo por la niña– aclara.

     La bombona de gas se enciende, contemplo como los hermosos trozos de asado que tomamos sin pagar penden del balcón de mi buhardilla, una botella de vino abierta/ libros / más libros y una máquina de escribir.

     Mi viejo, mi Pessoa, esa edición fabril amarillenta me devuelve el cálido olor de los años estudiantiles cuando supe ser tan ingenua, me envuelvo en el remolino carbónico por las calles de Lima después de cuatro años, el aliento de las flores que ahora se marchitan detrás del Hospital del Empleado y los enfermos, nuevo es el veneno a pesar de la continuidad, mi espíritu ha quedado allá, en un rincón de mi cuarto, acurrucada, leyendo, escuchando el golpeteo de la lluvia porque cuando menor era el espacio podía prescindir del resto y éramos tres batallando a zapatazos, desesperados de besos y caricias en el humo de los gauloises, mi tristeza no era mi tristeza sino el júbilo de una soledad on partage, para decirlo así, con términos igualmente jurídicos, igualmente comerciales, ya que nada estaba dividido en nuestro mundo, los amigos venían, ¡rápido, rápido! Un té, una lata de sardinas, tallarines con atún y pan baguette. Ah, y la teoría, nadie bostezaba, solo el vecino o la portera.

     La puerta de vidrio de mi balcón se vistió de rosado, se calzó botas impermeables color caqui, sacudió largas horas los visillos para otear mejor el tiempo abajo, cuántas veces tu cabeza apoyada en mi hombro durmió agotada, pero quién nos perseguía, quién publicaba cuchillos y rosas con espinas, ¿quién? 

Llamaré a este capítulo remembranza, hastío, el pálido sueño.

El Ángel dorado

 

Goethe en Leipzig

en el cómic de mis quince años

cruza la esgrima una noche

con su viejo maestro.

Cuántos años después

en Schwabing

mujeres vestidas de leopardo

y en Berlín leopardos del Este.

Entonces

por la Kudam los obreros turcos me hacían adiós

Wohin gehst du, bambino?

Ya no eres una muchacha, pensé,

las cejas altas

la boca redonda

el amarillo marchito en la frente

de este prado

y las viejas grúas.

Wolfgang de estudiante era un pillo

simpático

yo lo amaba.

Encuentro en París con Allen Ginsberg

 

I

El otoño nos sorprendió en la ciudad de los tejados grises

Un poema que empieza era el día con pie quebrado

Y nuestras imágenes inmóviles como el rostro de una Botticelli

En un verano sin detergentes parecían envases acordonados

En la estación de Austerlitz.

El pan había subido de precio en esa atmósfera lúdica

Y Renoir era atrevido y moderno enjuagándose las axilas

En lavatorios de plástico al final del pasillo…

7 pisos sin tazas de mayólica para ahogar la intimidad.

La noche era opaca sin el brillo agresivo de los automovilistas.

Por el barrio destartalado suben las muchachas vestidas de negro

Hacia el final del verano,

El prado en Portugal arde y tiene sed…

Estación de Austerlitz, nadie limpia las claraboyas en los pasillos,

Verano de deudas,

 La risa de una muchacha portuguesa se marchita,

Tiene la mejilla pegada a los radios transistores,

Multiplica sus granos y pecas en la oscuridad

Y el Sena le es perfectamente ajeno…

Pobres les bonnes de Genet, siempre de luto.

 

II

Estoy contigo Ginsberg

Ni en Lima con mi librito de Sandwich

Ni en París sin barba

Ni con tu esbelto Peter Orlovsky

Al estilo de un cheroqui en su noche de bodas

Y el águila va alcanzando la altura deseada,

He podido olvidar tus manos sonrosadas,

                    Y tu vientre combado

                     Y tu nariz curva

                     Y tu calva cabeza soñadora

                     Y tu poema sobre el Plutonio

Te abrías dulcemente paso y para escucharte entonar 

Baladas gay

Yo te di el paso y una sonrisa que nadie vio

Ahora aquí

Bajo distintas presiones

Que no son las de limpiar casas y escaleras ajenas

Cuando salía y me cruzaba a la misma hora con

La niña argelina

Frère Jacques

Frère Jacques

Aquí 

Bajo el influjo de un verso nítido y sencillo

La poesía es una cura de la mente

De dónde adónde la realidad impertérrita

Buenas noches buenas noches

Hoy tienes lengua frita para saborear detrás

De la cerradura

La mujer del llavero desaparece en el retrete sin

Volver la cabeza

Noche opaca sin el brillo agresivo de los automóviles

 Y el amor bajo los castaños.

El reglamento del inmueble impide morirse

Después de las diez, si eso implica hacer ruido.

En Praga

a Giovanna Pollarolo

 

El viento corta el rostro en la estación de Schönfeld,

he podido olvidar que estoy acá, camino a Praga

para pensar en ti desde el Este…

Bésame mucho, canta una voz en una radio lejana,

como si fuera esta

la última vez

La música en español nos persigue inútilmente

como si en realidad fuera la última vez.

Mi compañera de viaje duerme sin conocer el peligro.

El tren se separa de Occidente hacia un oscuro

campo, hacia un oscuro destino.

Sólo los vietnamitas

saben a dónde van y para qué.

Nosotras, apenas, a divisar a lo lejos algún

puente sobre el Moldau

o una apacible plaza de rostros lánguidos

y blancos

que no se parecen a Kafka.

Sólo nosotras podíamos caer en un hotel

con ese nombre, Kafka,

habitación número 5

y el Moldau fluye sin flotantes…

Ella abre los ojos y mira

melancólica el paisaje.

También huye, pienso, de algún mal de amor…

Los gendarmes, duros y verdes, nos detienen,

¿viajeras? Sí, obsesas, como si fuera

la última vez.

Vacío mi mochila, un frasco de crema Revlon

cae, sospechoso, como el color de los ojos asesinos.

Dos solitarias y

el aire parece lleno de fantasmas

una buhardilla alta,  en un viejo edificio

nos tienta 

los escritores y los artistas 

somos gatos agazapados en los tejados

soñolientos gatos y sabios…

Bravo, has sonreído después de mucho tiempo

en la calle Malá Strana, vieja y barroca,

seguro Kafka conoció a Felicia en ella

y las delicias de Felicia

el mejor remedio contra el mal de amor

es sobre todo el vino, entonces vamos

paseemos por todas las tabernas

de noche y de día…

No preguntes por Auschwitz, que

está en Polonia…

en Bohemia corta el viento

con lujuria

…el café Mozart tiene sillones de terciopelo púrpura

Y el Moldau fluye pérfido, olvidadizo…

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