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Tingo María, 1962

Cucha del Águila

Carta para Flor

(En BASTA 100 mujeres contra la violencia de género)

 

Querida Flor,

 

Te has ido hace mucho tiempo pero todavía te recuerdo.

Tus cantos aún suenan en el aire.

La roca donde te sentabas está intacta, el río creció y ella terca sigue ahí.

¿Por qué dejaste tus flores? 

Extraño verlas vistiendo tus brazos,  tus pies y tu pelo.

 

Cuando vuelvas iremos al río juntas y juntas  recordaremos las palabras que se gritan para llamar  a peces y  bufeos. Últimamente ya no salen a jugar. 

El agua está turbia y  manchada, ya no la podemos beber, hay más botes que pasan.

Aunque nadie me lo dijo,  sé que en uno de esos te llevaron a la fuerza ¿verdad?

 

Cada atardecer voy a la ribera del río a verte llegar. Pero no. 

Espero que no te hayas olvidado de nosotras y que sigas cantando allí donde estás.


PD: Por favor no olvides mandar tu dirección en el próximo bote de pasajeros para enviarte esta carta.

La Runa Mula

(En Óyeme con los ojos. Antología de  Cuentos contados)

 

 

Dicen que la mujer que seduce y hace el amor con curas, hombres casados, el esposo  de su mejor amiga  y hasta su hermano está maldita.

En las noches de luna llena se transforma en centauro hembra, en Runa Mula , mitad mujer y mitad caballo.

 

Esas noches la Runa Mula sale a cabalgar frenética y el demonio la galopa y la azota.

 

Mientras tanto los hombres y mujer despechados la acechan y la esperan escondidos.

Cuando ella pasa galopando, la golpean con ramas y garrotes.

Al día siguiente, amanece adolorida y con heridas.

 Ella no sabe por qué. La gente sí.

 

Pero lo que la gente no sabe, es que  la Runa Mula,

en las noches de luna llena, salta 

y con sus mismas manos arranca la luna. La verdadera luna.

Y luego la pasea por los cinco rincones de la tierra,

Porque hay lugares sin luz ni luna, ella…les presta la suya.

 

La gente tampoco sabe,

que en las noches de luna llena,

ella vestida de novia se va hasta el embarcadero.

Allí, donde arriban y desde donde parten todas las canoas a surcar los caminos de la vida.

Allí, vestida de novia, ella espera al dueño de aquella canoa que le hará cruzar a la otra orilla.

 

La gente maldice a la Runa Mula.

Ella no se sabe Runa Mula.

 

Ella se sabe amante, poeta, soñadora, compañera eterna de los que transitan los senderos infinitos del amor. 

 

Los relatos de la Runamula hablan siempre de transgresión y castigo.  Las abuelas, las tías, las primas hablaban  siempre de ella. Muchos hombres hoy, sueñan con encontrarla. La mujer de la Selva, el mito, el fantasma de los que visitan  esas tierras donde se habla cantando y también bailando. Texto que nació con la música de Tavo Castillo y los cuadros de Gino Ceccarelli : homenaje y redención para las Runas Mulas.

Prólogo

(En El país donde todo se leía, Editorial Norma)

 

En ese país no estaba prohibido leer. Es más, se leía de todo. 

Se leía las palabras escritas  en cartas, periódicos, libros  y paredes,

se leía  los dibujos ,las  pinturas,  los paisajes , la música,

se leía  las líneas de la mano, los gestos ,  la gente,

se leía  las hojas, los árboles, los jardines,

 se leía las casas,  las  calles, la ciudad,

se leía  la suerte,  los sueños, 

se leía la vida y más. 

Y como había mucho que leer,  había mucho que contar.

 

En  el país en donde todo se leía   vivía  una mujer sin edad y  sin nombre.

Tanto leía  que decidió ir por el mundo  a  contar las historias  que ella conocía.

Un día,  después de mucho andar y decir,  se quedó  huérfana de palabras. Volvió a su casa muda y cansada. Se recostó en su cama y se quedó dormida.

 

Una  mariposa nocturna  cayó herida en la cama de la mujer dormida, antes de morir entró en su oído y le susurró lo que  en la ciudad había visto y oído. La mujer despertó con los últimos aleteos de la mariposa en el oído y con historias  nuevas en la boca.

Naylamp y los jinetes del mar

(En Naylamp y los jinetes del mar- Libro ilustrado por Leslie Umezaki)

 

En la playa de arena  mujeres, niños y niñas  esperan, pacientes,  el regreso de los  jinetes del mar. 

Son  hábiles pescadores, que galopan sobre las olas y

que, con fuerza y destreza,  manejan los remos de guayaquil. Sus  caballos  son balsas tejidas con soga y totora por sabios artesanos.

 

El viento sopla y el mar se agita

los jinetes saltan en la cresta de la ola, 

vienen  y van

contra viento y marea

vienen y van

para  buscar el  alimento que el mar les da. 

Brilla  la espuma y brillan  los jinetes  que vienen y que van.

 

Tienen la piel curtida de sol, de agua y de sal,

cabalgan, corren, galopan 

sobre la espuma, vienen y van.

 

¿Desde cuándo recorren de esa manera el litoral?

Desde aquellos tiempos  en que un gran señor, 

llamado   Naylamp

vino desde el  mar  empujado por las olas. 

Acompañado de hombres y mujeres,

 llegó a ese mismo lugar.

Trajo  un ídolo de piedra llamado LLampallec

Construyó casas y palacios en la tierra que lo acogió.

 

Cuentan que tuvo un heredero llamado Cium

y que sus descendientes  poblaron los valles de la costa 

 

Después de mucho tiempo de paz y de quietud, vino  el tiempo de morir. Pero  Naylamp no murió. 

Se transformó en ave, se elevó sobre el mar y desapareció. 

Se volvió inmortal.

 

Algunos creen  que el pueblo de Naylamp desapareció.

Otros dicen  que sus hijos se fueron  sin rumbo  por la tierra.

 

Hoy, en la tierras de Naylamp hombres, mujeres, niñas y niños 

galopan sobre las olas vienen  y van.

Unos  buscan  alimento,

otros juegan en la playa y el mar.

 

Aquellos  que creen que Naylamp es inmortal, lo buscan todavía.

 

Y  los hombres y mujeres que no olvidan, cuando les llega la hora de morir, no mueren… 

les brotan alas y se echan a volar.

El guardián del bosque

(Libro ilustrado por Rember Yahuarcani- Graph EDICIONES)

 

Pocos lo han visto pero todos saben que siempre está.

2

Lo han visto

en sueños 

Dibujado

en las bocas de las gentes

Sigiloso

en la vegetación

Sumergido

en las turbulentas aguas

Confundido

en vuelos de colores y raíces 

Embriagado. 

dans les eaux turbulentes,

Mêlé

aux envols  de couleurs et de racines,

Enivré.

 

3

Tomando apariencias distintas

de animales o de gentes.

4

Él vela y vigila.

5

Con un pie de animal

y el otro de humano

con la cabeza yendo a un lado

y el cuerpo yendo al otro

para avanzar retrocediendo

para retroceder avanzando. 

 

6

Pocos lo han visto pero todos saben que siempre está 

 

7

Él vela y vigila la gran  casa.

8

Si en ella encuentra

al cazador furtivo

al depredador de bosques, de ríos,

de mentes y de gentes,

lo asusta o lo engaña 

9

Ante el humano confundido

puede ser padre, madre

amigo, amiga todo a la vez.

 

10

Le dice ven sígueme, 

te enseño el camino.

Y guiando sus pasos

 lo extravía y lo pierde.

 

11

Él vela y vigila la gran casa

es el guardián del bosque.

12

Un día, ya hace mucho tiempo

ha visto a una muchacha

pescando en la cocha

allí donde él bebe.

 

13

Desde entonces la observa

hablar  con los peces,

con las aves y con el río

pero a él ni lo ve ni lo mira.

 

14

De soledad y tristeza

se ha llevado a niños y niñas

allí donde él vive 

 

15

para llorar su cansancio y su pena

para contarles secretos del monte.

16

Ellos que saben aún ver y oír,

desean que sus mundos se encuentren.

Ese día él dejará las trochas de la selva espesa

andará caminos

escalará montañas

recorrerá valles

atravesará desiertos

caminará playas

transitará ciudades

ya no tendrá vergüenza de su cojera

tampoco necesitará robarse a los niños

para hablar con ellos

17

ya no le prestarán más apariencias ajenas

ni tomarán su nombre para asustar a la gente

ya no cuidará la gran casa solo :

guardianas y guardianes seremos todos.

Entonces el Chullachaqui dejará de ser temido

para ser por todos amado.

El zorro que devoró la nube

 

Este era un zorro que estaba hambriento y andaba buscando comida. 

 

Y así, vagando, llegó junto a una peña, le dio una vuelta, luego levantó la pata y…

pissssssssssssssssss     sobre la peña.

 Llegó junto a un arbusto, le dio una vuelta, y también levantó la pata y 

psssssssssssssssssss            sobre el arbusto.

 Llegó hasta una mata de paja, le dio la vuelta, olisqueó y

Pssssssssssssssssss  sobre la mata. 

 

No encontraba  nada en los campos por donde andaba. 

Pero el zorro seguía  buscando. 

 

Caminaba  y auuuuuuuuuuuu bostezaba,

Se sentaba a ratos y auuuuuuuuuuuu bostezaba.

Se rascaba las pulgas y auuuuuuuuuuu  bostezaba.

Así hasta que llegó a un rincón del cerro donde crecía un gran hongo blanco.

El hongo parecía un delicioso  queso.

 

– ¡Ay, será que nuestro Señor me ha enviado este hermoso y rico queso, sabiendo que camino hambriento! – dijo el zorro. Y devoró el hongo.

 

El zorro dijo:

¡Ummm … qué rico queso!-  y de un bocado devoró el hongo.

 

Pero no era un hongo, era una nube.

La nube se había reducido poco, poco, lentamente hasta el tamaño de un hongo, en el rincón del cerro.

 

Y fue esa nube la que el zorro devoró.

 

Al poco rato la  barriga del zorro comenzó a hincharse. 

Y la barriga del zorro se hinchó más y más.

Era la nube que crecía.

Y la barriga del zorro  se hizo enorme y grande,

tan grande  y enorme que el zorro se elevó en el cielo y desapareció.

 

En su lugar apareció una nube en forma de zorro glotón. 

Y el viento sopló y se lo llevó.

 

Por eso cuando alzamos la vista al cielo, a veces vemos pasar una nube en forma de zorro barrigón.  

Otras veces vemos nubes en forma de colibrí, perro, vizcachas  y  otros animales porque ellos  también un día en ese mismo cerro se comieron las nubes.

 

Ilustrado por Natali Sejuro y taducido al quechua por Augusto Casafranca.  Versión libre a partir del cuento tradicional  del Alto Urubamba – Recogido por Jorge. A  Lira. Centro de Estudios Bartolomé de las Casas. 

Mi Mantita Linda-Pawqar Llikllachay

 

Mantita linda 

Tú que me cargas y que me abrigas

Tú  que guardas (llevas)  mis alimentos y la cosecha,

¿De qué estás hecha?

 

 

De lana de alpacas y de vicuñas que caminan libres en las montañas,

de copos  de algodón blanco cosechado en valles, hilado en huso , tejido en  telar hecho de caspi y de maguey.

 

 

Mantita linda de lana pura y de algodón ¿quién te ha tejido?

 

Me ha tejido tu hermana, tu hermano,

también tu madre, también tu padre. 

Son los abuelos que enseñaron cómo se teje.

 

 

¿Mantita hermosa y  cómo robaste tus colores al arco iris?

 

No los he robado. 

Es en las plantas y animales que mis colores he encontrado.

La cochinilla que vive en los cactus ( me dio)  para  los rojos, 

rosados, violetas y anaranjados.

 

La retama que crece siempre para los amarillos

 

El aIrampito para los azules.

 

Las hojas verdes para los  verdes.

 

 

Mantita linda y  calientita  cuando llegue la noche, cobija mi cuerpo, ahuyenta mis pesares y cuéntame al oído sueños de colores.

 

Ilustrado por Leslie Umezaki – Traducción al quechua por Rodrigo Montoya

Infolios de lo innombrado

(en El país donde todo se leía)

 

Había dos ángeles de mármol, uno a cada lado. Eran grandes, con túnicas blancas, las túnicas con pliegues. Tenían el pelo  con rulos  hasta los hombros, alas enormes en las espaldas. En  la mano derecha  uno tenía una espada levantada hacia adelante, como espantando a alguien o como indicando el camino. El otro tenía la espada en la mano izquierda. En realidad, había que mirar bien para adivinar las verdaderas intenciones del artista  que los hizo y  de la persona que decidió colocarlos ahí.

 

Había más allá,  entrando a un corredor, uno a cada lado también, dos angelitos  chiquitos, gorditos con rollitos, calatitos. Con sus alitas blancas, la cara blanca, todo en ellos blanco. 

Y estaba  él, de carne y hueso con su piel color mate, los ojos medio achinados, justo en la entrada, sentado entre los ángeles. A su  lado tenía siempre: una botella de gaseosa sin gaseosa y  llena de agua para regar las flores, unas tijeras un poco oxidada para cortar los tallos y  muy cerca sus muletas recostadas en el muro. Allí esperaba a las personas  que venían a visitar a sus difuntos.  Cuando  llegaban  les ofrecía  sus servicios.

– Eres un ángel, le decían unas señoras.

–  Ay, gracias angelito, decían otras.

 Y es que así se presentaba él cuando alguien le preguntaba:

–  ¿Cómo te llamas?

–  Ángel – respondía.

 

El primero de noviembre, día de los muertos, se alegraba. También cualquier otro día cuando alguien moría,   no porque se alegrara de las penas de los otros sino porque era entonces  cuando venía mucha gente al cementerio.

 

Traían flores, flores y más  flores  pero  nunca traían agua para regarlas  o tijeras para cortar los tallos y acomodarlas, él sí. 

 

Ángel  veía que cuando la gente recién moría, venía mucha gente a acompañar al difunto, y casi siempre al mes siguiente, un poco  menos, luego cada mes las visitas se hacían más raras  y  al final dejaban de venir.

 

En donde no había  lápidas muchas veces crecía la mala hierba. Ángel esperaba siempre cerca. De vez en cuando aparecía un familiar del difunto y le pedía que limpiara el lugar. Ese día podía cobrar más.

 

Aunque cobrar era un decir  porque en realidad no cobraba, simplemente decía “déme su voluntad”. Algunos tenían una voluntadcita, otros una gran y generosa voluntad. 

De cualquier forma siempre se alegraba, total, lo que él hacia en el cementerio era vivir.

No hay mejor maestra que la muerte para aprender a vivir,  le decía  el guardián del cementerio que era un viejito, tan viejito y  tan antiguo como el cementerio. 

Él (el viejito tan viejito y tan antiguo como el cementerio) conocía la historia de muchos de los que habían sido ahí enterrados. Siempre le contaba  a Ángel  esas historias y otras más, también le contaba algunos secretos del lugar. Él siempre  decía que no había que temerle a la muerte porque la muerte enseña.

 

Que la muerte enseña, Ángel había aprendido muy pronto,  cuando murió su perro y luego cuando murieron  sus padres y  sus hermanos. Cada vez le quedó un hueco grande  dentro, tan grande como un  pozo profundo  sin fin. Aprendió  muy pronto a vivir con las ausencias, los forados  y las tristezas, y empezó  a intuir  lo  pasajera que es la vida. Por eso se alegraba  con  cosas simples, con la lluvia, con el sol, con una propina por mínima que esta fuera, con una buena conversación, con el juego de fútbol de cada tarde  ahí en la vereda frente al cementerio. Ángel  había  logrado que sus amigos  aceptaran que  “muleta también vale” ya que  a veces las necesitaba para atajar el balón. Ángel era un arquero invencible.

 

Ángel que todo lo miraba desde donde estaba,  veía que cada vez venían menos niños a los cementerios. Y cuando venían, algunas veces alcanzaba a escuchar algunas  explicaciones que los adultos les daban sobre el ser querido que estaba muerto:

– No, la abuelita no  se ha muerto, ha hecho un gran viaje, se ha ido al cielo.

– Tranquila, tu tío está bien,  ahora está  en los brazos del señor.

– Tu hermanita  nació y se transformó en un  ángel…


Cuando  la cuestión  quedaba ahí no había gran problema pero si a la explicación  seguía otra pregunta, el tema se complicaba:

– ¿Cómo sabremos en qué  lugar del cielo está la abuela   si no nos dejó  su dirección?

– ¿En los brazos de qué señor?

– ¿Cómo hago para transformarme en ángel yo también?

Por que la muerte es misteriosa, difícil de consolar  y aún más difícil de explicar.

La gente se encontraba siempre en apuros por no saber  explicar la muerte.

A Ángel le hacía mucha gracia. 

 

Él tampoco sabía, para él también era un gran misterio. Pero miedo no tenía, ni a la muerte ni a  quedarse en el cementerio  hasta muy tarde. 

El cementerio le gustaba  porque además de ser su casa, conocía sus secretos. 

Sabía de los curanderos  que venía a buscar una mano, un dedo para las mesas de sus rituales. Aclaremos, no hablamos de los dedos y las manos de los muertitos enterrados, sino de los dedos y las manos de las hermosas estatuas que adornaban  los mausoleos y sepulturas. Aclaremos también que las mesas de los curanderos no son las mismas mesas en donde  la gente suele comer. Las mesas de los curanderos son como altares que ellos instalan: puede ser   una estera  o  una lliclla donde ponen todos sus objetos que consideran  sagrados y sus amuletos.

 

Ángel  tenía sus tumbas preferidas: la del famoso  boxeador, la de un gran médico,  la del escritor olvidado y  la que más le gustaba: la del niño milagroso. Esa tumba estaba siempre adornada  de flores, sobre todo en la época de los exámenes . Muchos  niños de los barrios cercanos venían a verlo para pedirle que les hiciera el milagro de  tener buenas notas en el colegio.

Cuando Ángel  se sentía  triste y solo, se sentaba frente a la tumba y le conversaba al santo difunto. Y debía ser verdad que era milagroso  porque mientras hablaba  con él se sentía  acompañado y después de hablar con él, en paz y  sosegado.

A Ángel le gustaba contar la historia del niño milagroso.

Ese cementerio era bien famoso, en él había hermosas  lápidas,  mausoleos enormes  y ángeles: dos grandes de mármol  a la entrada, dos chiquitos gorditos  y él.

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