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Lima, 1960

Mariela Dreyfus

Post coitum

 

Descender las escaleras del hotel

y que las cosas vuelvan a su antiguo espesor.

Este placer ya ha sido pagado:

todo es dinero   todo se vuelve papel moneda

el goce es dejado sobre sábanas prestadas.

 

Frente al espejo de la entrada

aliso mis cabellos / acomodo mis senos

al lado de mi muchacho

tímido como siempre en el primer abrazo.

 

El regreso a casa es solitario

y debo esconder mis pasos,

el olor que sorprenda a mi madre

mil veces violada y todavía virgen.

Todos saben que vivo, que respiro

 

 

Quieto. Descubre la pastosa consistencia de mi lengua,

este placer amargo que sin pensar te entrego.

 

Y te entrego un secreto:

mis secreciones sigilosas fluyen

de la salud al mal.

Oscuro túnel, vena donde se agita

este líquido enfermo, que cada dos por tres

una de blanco ha de pulsar, mientras aprieto el puño.

 

2.

 

Hospitales.   Un olor a lejía

invade sus paredes verdes.

Allí, bien pueden salvarte la vida

o quedarse con tus huesos para siempre.

 

Y aquí está mi osamenta.

Éste es el débil cuerpo que pasean de consulta en consulta.

Éste el espectro, que concede:

estira la lengua, respira profundo, relaja las piernas, escupe.

 

Un Cristo divinamente clavado en la pared

proyecta el sufrimiento hasta su límite.

 

 

Llevo años luchando tras la imagen que acierte

con este malestar.

La sensación de deslizarme por un terraplén,

galerías de espejos donde un viento cruel

me deposita en la apatía, el dolor, la soledad.

 

A ratos intuyo mi interior como una cueva

cuyos tejidos se contraen y aferran

a una forma seca.

 

Entonces asciende un ácido a la boca.

 

 

Otra vez anestesia para calmar la máquina,

la prodigiosa máquina del tiempo.

Años y años y la insensata gira sin parar.

 

Alguien me tiende en la camilla a repetir el rito:

todo es silencio, blanco y estirado alrededor.

 

Ahora este cuerpo por el que anoche navegaste sin parar

es una masa floja; un tubo de ensayo que espera el veredicto.

 

Media hora. Cuarenta minutos. Setenta.

Todo el aire se carga con un solo presagio.

 

 

Abrir el contenido de este cuerpo no lo librará del mal:

absurdo rastrear lo que no asoma pero en el fondo está.

 

Lo viscoso, el peligro, lo fatal, ¿importan tanto?

Ni el frío cirujano ni el escalpelo ardiente hallarán su camino.

 

Este corte ha logrado desatar

ha desatado

el frágil hilo de salud que aún me ataba al mundo.

Confesión

 

Siempre seré tu mujer.

No hay sumisión en esta entrega.

 

Las caderas que dócilmente se curvan

son mías y no. El roce es lento.

La lengua sedosa

busca tu red de nervios en la oscuridad.

 

Cada nueva estación

acepto este juego de espejos

en el que tú y yo, es decir,

una parte de tu cuerpo entra en mi cuerpo

y viceversa.

 

Siempre seré la que espía.

Y se divide para mejor mirarse, hasta encontrar

la oscura fisiología de las cosas,

el animal que sigiloso repta entre mis venas

y que pulsa y se agita

sobre la tibia esfera de tu vientre

encarnado y fijo

sobre la tibia carne de mis pechos

 

La que indaga y persigue: ésa soy.

La que atrapa y domina hasta la náusea.

 

Y luego se tiende

    y repite obsesiva

el pálido gesto de la entrega:

las fisuras ardientes / el furor en los ojos

los fluidos y goznes que a ti me atan.

[14]

 

Y luego estoy aquí, tendida en el sopor del sueño

 

Es blanca la cama de hospital morena la enfermera que hace un rato

colocó finos cables que de mi vientre viajan al monitor que preciso registra

nuestro pulso

 

Dije nuestro a lo que es tuyo mío a lo que es de otros pero mío:

 

Esta ciudad irreal en su caos en el humo que arde desde el sur y en la

brisa nocturna nos entrega su mortecino aliento su fulgor

 

Dos columnas tenía la ciudad matizadas de venas azules como éstas que

recorren mis piernas

 

Las piernas de la ciudad eran dos torres su centro una colmena repleta de

gente moviéndose como te mueves tú que nadas en mi río

 

Pero ellos nadan en la agonía de su suerte en fragmentos y esquirlas

desplazados

 

De una torre a la otra de una cúspide ardiendo a la segunda: brilla el

fuego interior de las múltiples voces de todas las naciones de lenguas

extranjeras que en mi único cuerpo se confunden:

 

Ardiente magma inadvertido gólem que no del barro nace sino de las

cenizas:

 

Se calcina la carne en la ciudad las abiertas ventanas al vacío inmolan o

disparan gruesas formas que en la amplitud del aire son apenas oscurecidos

dardos negras aves en picada hiriendo el pavimento

 

¿Cómo huele la piel cuando se incendia    qué se hace el cabello todo en

flamas    cuánto pesan los cuerpos estrellados?

 

¿Quién habrá de sacarnos de la aflicción de la isla? ¿Cuándo hemos de

volver a la tierra del moro la tierra del hebreo la tierra del hispano a la

tierra africana? ¿Cómo cuándo por dónde navegar a esa tierra que fluye

leche y miel?

 

Paciente como una letanía mi hijo aletea en el fondo de mí luego se escurre.

Algo ensombrece la pantalla de manchas púrpura. Surgen como espirales

en el close-up y tiemblo

 

Aquí todo es asfixia bebé lengua en pena bebé un cianótico gesto impidiendo.

Arde la sed exenta de palabras exento de fluidos se nos agota el aire

 

Se evapora el agua de ese río    se transforma y trastorna    se hace sangre

en la tierra el agua de ese río

 

El gran río que arrastra entre su oleaje metáforas de vida a esta hora arrastra

sin embargo dislocadas falanges    vagos torsos    rasgadas pantorrillas que

por su lecho avanzan

 

Légamo    tálamo    limo: ¿qué se hará dime entonces el polvo de la tierra

adónde volverá?

Marina

 

ésta es la danza con el mar

la eterna danza la macabra

espejo del atardecer

líquenes enredados a mi cuerpo 

como un cordón umbilical 

el mar me abre su vientre

me cobija sus olas son el amarillo

maternal esa caricia lejana

ya olvidada entre las olas

soy la niña del mar su criatura

de piernas recogidas y pulgar en el labio

el mar me lleva avanzo entre las rocas

lado a lado los ojos entreabiertos

a la izquierda el sol rojizo a la derecha

la medialuna pálida me observa cubre

mi negro omóplato en el mar

me copio y me recreo soy narcisa

Es roja y le digo Tania

Para Rossella, la ciclista

 

en mi bicicleta vuelo hondo planeo el infinito

de una calle acerada la monto cual montara

un caballo a los quince sudorosos los belfos

y la grupa el vaivén de mi cuerpo en el asiento

me inclino hacia adelante me llevo por delante 

cierta música el paso de la gente sus recados 

los chicos que en la calle pulsan cuerdas una 

guitarra alegre algún mendigo los perros 

desatados y sin dueño en las veredas del barrio  

se acumula la mugre las comadres conversan

de reojo me contemplan la espalda desnuda

el verano broncea mis omóplatos llevo apenas

una blusita mínima la brisa acaricia también

mis flacas piernas no temo las miradas en la bici

le doy al timbre sordo con ahínco pedaleo despacio

se agita el corazón me salta en el perímetro cinco

esquinas las salto a toda marcha enrumbo al mar

bajo el acantilado soberana en picada los frenos

apretados voy vertical al polvo a la hondonada

cuando llego a la arena un ruedo de pelícanos

me espera un trago en la casaca o en el casco

mis compinches los fósforos el ron armamos

la fogata frente al sol pero luego es la luna

que nos mira prendemos otros fuegos subversión 

por el puro placer de rebelarnos los volantes 

mosquito los insectos azules son de noche en la 

orilla las rayas las palabras los cabellos de todos

guarecidos en la sombra los labios el oído mis

compinches y yo nos abrazamos bicicletas o fierros

retorcidos el bosque de metal es nuestra cueva después 

trepamos la colina escupimos la ciudad para que arda.

 

De Gravedad. Poemas reunidos.
Nueva York: Artepoética Press, 2017.

Lied negra

(Sarah Kane)

 

Oye esta música

esta densa monótona canción de adentro

de la herida del fondo del alma

este ruido incesante

esta tumultuosa tonada del yo

 

Mi alegato se vierte como un soplido del viento

un sibilino murmullo recitado

que en inglés te repite o en español te inyecta

esta oscura cascada de palabras

 

yo estoy sola

yo no me amo

yo me odio

 

Pero aquí nadie entiende nadie puede acercar

el oído como un bálsamo a mis labios

nadie puede tocar esta ranura

esta grieta de hielo en el corazón

 

La soledad incita al odio

y a la vergüenza y a la obstinación

a la rabia que todo lo permea

me persigue y desborda

y cuando aun al fin sin los demás

despierto a las cuatro y cuarenta y ocho

en punto de la mañana 

cuando llego al vértice de la melancolía

y estoy cansada de gritar

de pedir que ya basta ya no más

la tensa cuerda de los miedos me circunda

me acaricia la nuca va ajustando

sola se anuda aprieta me levanta

y a mis pies no resta ya más nada

que esta viuda imposible intolerable

lied negra.

18.

 

Enterraron al niño en medio de 

unas piedras su ropón amarillo 

salpicado por la sangre por la 

bala un punto a la altura del vientre 

comprometió la vena cava la carótida 

arteria la fosa donde yace es común 

uno por uno se acomodan los cuerpos

el niño con su ramo de flores oliendo 

como las retamas o el jazmín su madre

reparte milagritos frente al paisaje

las ovejas en el pasto tendidas van

tejiendo la canción tristeza de este niño 

la piel endurecida por el viento al niño 

le brotan unas alas telarañas de luz

lo elevan sobre la colina más alta más 

nevada negada está la historia de este niño 

un orificio aquí periodontal pasa de un lado

a otro la buena muerte no espera la necropsia

y se aposenta en pleno mediodía en las

exequias fúnebres funéreas no se olviden

de saludar al niño y su acordeón.

 

Del libro en proceso La edad ligera

danse macabre

 

el muerto

      la muerta

la suma constante de muertes

 

el oficio de muerto

el pasaporte de muerta

la zona postal de todos muertos

 

incluso

la mort que muere

les mots qui meurent

all over the place here comes death

 

Incluido en revista digital Temporales.
Nueva York: mayo 2020

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