Lima, 1963
Rocío Silva Santisteban
Asuntos circunstanciales
(del libro homónimo, 1984)
Cada noche cuando saco una píldora y me la trago tengo
irremediablemente que pensar en ti
y al secarme la cara o mojarme los ojos para disimular un tanto las
ojeras te vuelvo a pensar
aun evitando distracciones no puedo dejar de escuchar tus pasos
derrumbando el universo
no puedo dejar de latir.
Cada noche soy y me reconozco debajo de las sábanas
debajo de la insistencia de volver a soñar y dormir tranquila sin
baños termales
sin necesidad de recontar a las noventa y una ovejas y tener, al
mismo tiempo, que pedirle permiso al pastor
yo no soy quien para ser más
ni menos
soy la exacta imagen del espejo, pero al revés
pero también descontando los segundos que fui cayendo y tú no
te atreviste a tropezar conmigo
cada noche trato de hilar la maraña que fui y que seré si a un buen
plazo puedo saldar las distancias
inimaginables, es cierto, pero posibles de enhebrar con un poco
de esperanza
aún no caigo en el juego y ya estoy enterrada hasta la última carta
hasta la última hoguera que quizás nunca prenderé.
Lo he dicho y no hay remedio para tratar de impedirlo:
a cada noche su píldora, a cada mujer su madrugada.
Clitemnestra, infiel
(del libro Ese oficio no me gusta, 1987)
Con cuál de tus manos mancillaste los oscuros designios de la
Moira
echada sobre cuatro candados inaugurando un nuevo linaje
olvidas regar con linaza y afrecho el camino empedrado
el camino hacia el último baño.
Una perra huyendo de sus crías será maldita hasta por dos mil
años
pero tú supiste elevar tu arma sobre el oráculo de Loxias
e inmortalizar la triste historia de las mujeres dignas y sus
amantes.
Quién se encargará de pintarrajear la tumba de tu hija,
quién lavará las flores que crecen bajo sus pies,
todos tuyos y somos ignorantes de tu ira
de la cólera impotente de comer con las entrañas guisos violentos.
Dulce será el sendero empolvado del incienso,
la modorra con que juzgan a los héroes
dulce la niña que mojó tus piernas con lágrimas sagradas
sin saber ella misma del hacha sobre el cuello
de las gotas negras que azotan los vientos de Estrimón.
Ni los dioses saben de este dolor de hembra
el grito que calla en la propia boca
el temor de las murallas ante el eco de la propia voz:
está vengada la muerte de dos niños con la de este hombre.
Tira la daga inmunda y regocíjate
hiciste bien, mujer, hiciste bien.
Mariposa negra
(del libro homónimo, 1993)
El papel que he puesto sobre las ventanas ha quedado empañado
La humedad de su saliva sobre mis piernas, entre mis dedos
Se guarda y en pequeñas cavidades, destroza
Esto que a veces pretendo inventar.
No, amor, no basta con lamer nuestros cuerpos,
No basta con patearnos y gritar, jadear hasta pulverizarnos
No, amor,
No preguntes la hora después, no enciendas la luz, no hables, no
pienses, no respires
Quieto
Deseo recorrer con mis sucias manos tu cuerpo inerte
Y sentir que mis olores te poseen, se incrustan entre tus vellos
Te deshacen.
Mi habitación rojiza se abre como una niña y espera
Pero este rojo tuyo no puede mezclarse ni sangrar, no puede
Rebajar esta brecha de tormento entre tu espacio y el mío
Tu saliva de nuevo sobre la palma de mi mano y tus ojos intentando
No, amor,
No basta con emitir gruñidos de animal en celo,
No basta con destrozar mi ropa en jirones al aire, no basta
Con inyectarnos veneno en este encuentro
No, amor,
Cuando termino de escuchar la música que dejaste
Cuando corto un pedazo de pan y lo mastico para engañar mi
furia
Cuando recorro con ojos lascivos la habitación en rojo
Y constato tu presencia en el interior de otra
Habitación vacía, cuando
Enredo entre mis dedos el ansia y la distancia
Solo la imagen de tu sombra estirada sobre el papel fucsia
permanece en mi silencio
Y una mariposa negra, presagio de la muerte, me acompaña.
Una herida menor
(del libro Mariposa negra, 1993)
Me tomaste los dos brazos al pasar
Te miré:
Una herida menor en los labios cerrados
Te beso
Esa música grave, la escucho ahora
Me destroza, te decía,
Entre los dos no queda nada, nada
Solo un olor
La imagen de un olor:
Una bañera blanca y tu cuerpo
Sobre las sábanas desde el cuarto yo miraba.
Voyeur del caos.
Todo lo hemos inventado
La piel con la fuerza de un golpe, la música
No puedo deshacerme de esa música
Sigue ahí, ahí
Nunca nunca nunca
Podré deshacerme de esto
Que no sé si es recuerdo
Que no sé si es venganza
Que no sé si es rencor.
Maternidad
(del libro Condenado amor, 1996)
para Sol
Descansa mi cuerpo sobre la cama
entre los dedos cojo algo de mentol
y lo huelo, con discreción.
Los movimientos se hacen torpes
y el mundo lento.
Con la mano cóncava toco mi vientre
acaricio las estrías, se torna duro
y la hinchazón parece tender a estirarlo.
Este cuerpo viejo quiere reventar
de calambres y dolores
este cuerpo, antigua habitación de desencuentros,
se agita e intenta inútilmente prolongar,
pequeña mía,
este tiempo en que somos
una sola.
Amor en pretérito imperfecto
(del libro Turbulencia, 2005)
Íbamos a vivir toda la vida juntos
Íbamos a reírnos de nosotros mismos durante el resto de nuestras vidas
Íbamos a hacer el amor quince mil veces
Íbamos a besarnos cada mañana de nuestras mañanas vivos
Ibas a darme una rosa rosada los 365 días del año
Íbamos a tener una casa en Magdalena frente al mar
Íbamos a viajar a Boston y luego a Nueva York y después a Lisboa
Íbamos a tener dos departamentos juntos para poder manejar nuestra autonomía
Íbamos a casarnos en la capilla de la Virgen de la O
Iba a dormir el resto de mis noches pegando mi trasero a tus caderas
Iba a escribirte un libro con cien sonetos de amor
Íbamos a dirigir una revista, un periódico en internet, una campaña política
Íbamos a llenar de olor a inciensos la vida cotidiana
Íbamos a repetir siempre la palabra siempre
Íbamos a ser tan felices que íbamos a reventar.
Ahora ven, amor, despacio a mi lado, y vamos a comenzar de verdad.
¿Le tienes miedo a la sangre?
(del libro Las hijas del terror, 2007)
Yo no,
vivo con la sangre
la toco, la veo, la huelo
cada mes. No se equivoca.
Regresa fluyendo suavemente
no me molesta
me miras
un gesto de asco frente a la tela ensangrentada
me da risa, ¿por qué el susto?
tu boca también está manchada
¿crees que voy a cortar la leche?
¿a avinagrar el vino?
¿a nublar los espejos?
¿a embotar las navajas?
son supersticiones, balbuceas,
cree lo que quieras creer
pero te digo una cosa:
la sangre se va y regresa, un poder
retorna. Es la vida
que clama su grito rojo.
Containers y espárragos
(De Bronquemas, libro inédito)
(Condiciones de trabajo)
Por la ranura horizontal en lo alto
el joven, deshuesado, alcanza a sacar el brazo, delgado
puro músculo y delgado
ese brazo de quien opera diez o doce o catorce
horas diarias y que hace solo tres minutos
rodaba una llanta de camión
por la vereda hasta el río
para usar la cámara de flotador durante el verano
porque en la pobreza eso se llama jugar.
Deshuesado o huesudo pero eternamente
flaco y delgado y casi puro músculo
cuando lo saca por la ranura del container
es un brazo pura chamba/día y noche sin sosiego
ni para salir sino orinar en la botella
y como sea aguantar las ganas de cagar.
Allá a lo lejos las chicas en la línea de operarias
las que limpian espárragos y ordenan paltas
mean paradas en los pañales que el patrón
les entrega por las mañanas, “y sonrían”, insiste
el inversionista desde su cosecha / su capital revolvente
pañales para no perder el tiempo
y comer fuera de horas apenas una inka
cola con chanchay o pan francés.
Hoy no hay suerte porque aquel muchacho
del conteiner enamorado de la operaria agroindustrial
ha gritado y pateado la puerta de su encierro
pero no hay patrón ni llave que puedan sacarlo
o salvarlo, la muerte arrecia en llamaradas
y humo tóxico volviendo negros los oscuros
pensamientos, mi niña, mi bebita, mi calor y
los 18 meses de nacida con la madre adolescente
operaria con pañales en la línea de ensamblaje
mientras él se mira las manos y tira dos o tres
fluorescentes que ya no importa si sirven
porque no gritan ni llaman la atención de los bomberos
luces no son para alumbrar sino para cortar
las venas y rasgarlas y dejar un rastro
de sangre entre las paredes, un grito hinchado
porque no quiere morir como un esclavo
sino cortarse la carótida como los héroes romanos
o griegos con su hybris totalmente
desatada porque, huesuda o musculosa, la mano
y el brazo a través de la ranura
solo gritan una herida por favor un corte
que me lleve lejos de este infierno.
Una metonimia, eso es, ácida, inmensa, tanática
un obrero acepta este o cualquier empleo
para comprar una leche que ni siquiera es leche
sedimentos de polvo claro al fondo de la lata
y por eso la anemia de los 15876 niños y niñas y adolescentes.
Nadie les ha dicho aún que no valen
ni una mísera estadística
tampoco alzar los brazos
aguantarse la orina en la fila
gritar con voz enmohecida, los pezones
agrietados por los 18 meses de lactancia
ay la niña que llora y llora mientras la madre
eternamente pedirá justicia como Raida como Norma
ante las inacabables escaleras del Poder Judicial.
Huesuda y musculosa la mano abrazada al tubo
largo y gélido con su luz oscura
convertida en antorcha unos cuantos segundos
nadie podrá mirar la suave incandescencia
ni siquiera la joven operaria la bebita los bomberos
sudando los dolores y sin escaleras telescópicas
aguantando el incendio mientras mojan las paredes
la noche desnuda y empapada
ametrallada por la codicia, la usura, la avaricia
y la cruel indiferencia de toda una ciudad
de ti de mí y de nuestras vacías letras que no pueden
sino gritar en silencio ante la muerte que repite
ya fue ya fue ya fue ya fue ya fue.