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Ayacucho, 1981

Cecilia Podestá

La primera anunciación

(Extracto)

 

Yo quiero que ese niño nazca muerto, María,

Poco me importa ser el padre de un salvador

O el santo que acompañe tu vientre 

Tocado por las manos ásperas 

De un dios egoísta.

 

Él 

Pondrá sobre tu hijo una corona de espinas 

Y lo llevará hacia la cruz de los traidores

Lo llamarán:

El Rey de los judíos 

Pero antes será arrastrado por su Jerusalén 

Y envidiado por Juan, el hijo de tu prima Isabel,

A ser llamado El Bautista

Que tampoco nace aun en esta tierra 

Y tiene ya un destino miserable.

 

El Tuyo se llamará Jesús

Y le pedirá a un hombre que lo lleve a la gloria

Rogará a un tal Judas que lo entregue a los fariseos.

Él venderá su deshonra 

Por un lugar en la mesa de los apóstoles

Para la eternidad.

 

Y en la hora de su muerte 

Tu hijo

Partirá hacia los brazos de su padre con dos ladrones,

Tendrá sed 

Y morirá diciendo

Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.

 

María,

¿Quién te perdonará a Ti en la vejez?

¿Quién te dará otro hijo sin una 

Muerte o dolor

Que se anuncie en la boca de un ángel perverso?

¿Quién te dará otro hijo que no sea arrebatado

Para el perdón de nuestros sabios pecados?

 

Por eso, joven esposa, yo quiero que ese niño nazca muerto.

 

Gabriel

Me ha dicho ayer en el taller

Que nunca serás mi mujer.

 

Gabriel te visitará mañana y no podrás ver su 

Cola de Rata

O su perfil oscuro.

Te hará caer en la tentación de su dios en el exilio

Y serás la madre del que lleve a su pueblo

A vivir en la culpa de haberlo matado.

 

Tú los arrastrarás

A vivir escondidos en el temor de desobedecer

A un falso dios,

Que ríe sabiendo ya, que engañó a los hombres

Y les quitó el fuego.

 

Serás tentada, María, 

Ascenderás a los cielos a descubrir una mentira 

Y te arrepentirás de nunca haber sido mi mujer

De no haber aceptado hermosos vestidos

Ni bebido de mi saliva

Convertida en vino para tu garganta seca.

 

Serás tentada y yo te seguiré, 

Pero escucha bien lo que te digo, niña de Nazareth,

Poco me importa ser el padre del que asuman todos será su 

Salvador.  

Poco me importa callar cualquier verdad o mentira,

O saber que los hombres serán engañados

Y adorarán a un demonio con piel de cordero.

 

Yo 

Te seguiré en la tentación

Y cuando no mires 

Tallaré un dios, 

Un verdadero dios de madera para los idólatras.

Pensaré en el becerro de oro 

Y reiré cuando los hombres adoren a tu hijo. 

 

Y cuando no mires, 

Cuando no pongas tus ojos sobre mí

Me tocaré, 

Soñando con dormir alguna vez sobre tus piernas

Y, así no lo quiera

Seré convertido en el santo que acompañe 

y adore tu vientre.

 

Escribirán sobre nosotros 

Y estas palabras serán olvidadas mañana 

Cuando Gabriel te hable

Y no puedas ver su cola deslizándose con belleza

Libremente por su lomo.

 

Caerás en la tentación 

Y serás la madre de Jesús, 

Yo, su padre. 

 

Porque si nace llorando entre becerros y no muerto

Si nace en un establo y esperando reyes

Lo miraré a los ojos 

Y lo llamare: hijo mío

Le diré lo que tú quieras que él crea

Le haré saber que es el hombre entre los hombres

El hijo de Dios

Le señalaré el camino hacia Judas 

Y él, 

Hacia la cruz

 

Pero cuando ocurra la ascensión

Después de treinta días de haber resucitado

Y se sepa una mentira,

También se arrepentirá de no haber besado 

A María Magdalena

 

Entonces verá a su verdadero padre y lo llamará traidor, 

Deseará para Él y su risa 

La cruz en la que padeció por su nombre.

 

Te verá a Ti con rabia animal en los ojos

Y te odiará por haber caído en la tentación 

De Gabriel

Por no haber visto su cola 

O su codicia ante una virgen.

 

Te reclamará

Madre, ¿qué destino desgraciado aceptaste para mí,

Qué maldición lanzaste sobre esos doce hombres de 

Judea

Quienes creyeron  que yo tenía una palabra para 

Predicar?

Díme, ¿en qué maldición convertiste a Judas Iscariote

Que me vendió 

Para que pudiera ser yo rey

Y seas Tú 

La madre de los hombres?

 

Te llamará María

Y te preguntará por tu mala semilla.

No habrá suicidio que te quite la culpa

O cuerpo de Cristo, 

Que en babilónicas construcciones,

Te expíe del pecado.

 

Pero yo, María, 

Te amaré entre todas las mujeres

Entre todas las niñas vejadas o sagradas

Y tallaré en ésta -mi vejez-

Una virgen

Para tocar su piel de madera

Besar su boca de astillas

O bailar canciones paganas con su cuerpo rígido.

 

Entonces odiaré a tu único hijo

Será mi envidia un dardo sobre él

Por haber tocado con su carne tu piel interior

Y haber empezado su reino en tu vientre

Obteniendo tus lágrimas y la de otras mujeres.

Lo odiaré por haber llevado su boca 

A tu pezón de niña 

Para calmar el hambre y la sed. 

Y me preguntaré 

¿Cuándo lloraste por mí, esposa?

¿Cuándo apoye mi vejez sobre tus senos?

¿Cuándo toqué la piel de tus intestinos?

 

(de La Primera Anunciación)

De Impuras 

(Inédito)

Madre, por qué bailaste tocando el sudor de mis enemigos 

deslizado en sus espaldas

tantas veces partidas por la gracia de mi mano

que reza con la uña creciendo y hurgando humanidad bajo la tierra 

que cubre la falsa boca que te reclama

 

Tus caderas rozaban la tela

la noche

la luz de los faroles 

las sombras de tu baile 

la música desgraciada,

sus manos.

 

Y este, 

el cuerpo que enterraste vistiendo de negro

cantó tu nombre dentro de la tierra de mi pecho.

Lo anidé entre estos tiernos gusanos blancos

Como si tejiera el nido en el que aun se hallan tibios entre mis huesos.

 

La sangre de tu vulva latía

y besabas el alcohol que sobraba en la boca de los hombres 

que me ultrajaron y tiraron piedras sobre mí por justa venganza. 

 

Cayó la cabeza, rodaron los ojos, los dientes, y el ruido de mi voz

tan lejos ya de mi cuerpo.

 

Por qué madre, por qué bailaste con ellos

Por qué te convertiste en su ramera 

Y comiste de su plato

Por qué les diste un hijo bastardo

Un traidor, como tú, como yo

 

(de Impuras)

Día 56

 

Al amanecer la miseria acariciaba el hambre de mi estómago con amor, colocando sus manos como brazas. Entonces supe que tu hijo estaba vivo y se guardaba entre mis intestinos, protegiéndose de mi llanto y de mi rabia. Tu hijo, el mismo que entró en mí con violencia, buscando el refugio desesperado para caer sobre la noche y sobrevivir. Ahora quema cada parte de mi cuerpo y roba mi comida en el encierro. Encerrados él y yo, tan juntos sin poder desaparecer, tan juntos como inútiles siendo la misma carne.

 

Y aquí, en este otro lugar oscuro, en este vientre, tu hijo, tan maldito como tú, me pide amor entre estas carnes y tan dentro de mí como tú, mueve su cuerpo golpeando con violencia.  Y yo, tan perdida, tan olvidada, tan sola me condeno maldiciendo lo único sagrado que tengo en esta celda. Tu hijo, que no es más mío porque me niego a amarlo, sabe que trataré de matarlo esta noche y la noche siguiente hasta conseguirlo. Cuando despierte por la mañana y no haya podido deshacerlo sabrá que trataré de castigarlo cayendo tantas veces sobre suelo en el que me tuviste maldiciendo en voz baja con un cuerpo resignado, sucio; que no era más que un bulto tendido. Caeré tantas veces que mis piernas quedarán rotas al igual que mi vientre para que él pueda salir a estrecharse con la muerte, para que pueda bajar entre mis piernas como un llanto de sangre y se aleje de mí para que también la muerte me abrase y este cuerpo que no es más un cuerpo sino una ruma de carne golpeada y torturada, termine y con él: el canto, el grito, el ruido de nuestros pasos clavados en las paredes como excremento. 

 

Que termine el canto dentro del cuerpo quebrado, inútil ya en su intento de transformase en la fe desaparecida. 

 

Tu hijo traerá la muerte para los dos y cuando se aleje de mí y la muerte lo acune en su brazo conseguirá el amor de su madre y será sagrado. Conseguirá mi amor y seremos sagrados en la muerte los dos.

 

(de Desaparecida)

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